Comprender cómo llega el arsénico al agua es fundamental para dimensionar un problema que afecta a miles de comunidades en México y el mundo. Aunque a simple vista el agua pueda parecer limpia, este elemento puede estar presente sin que nadie lo perciba: el arsénico no tiene color, olor ni sabor, y su acumulación prolongada representa un riesgo real para la salud.
Desde la experiencia de GC Tratamiento, hemos detectado concentraciones elevadas de arsénico en pozos profundos, sistemas rurales y fuentes de abastecimiento industrial. En la mayoría de los casos, su presencia no se debe a una contaminación reciente, sino a procesos naturales del subsuelo que liberan el mineral hacia los acuíferos.
Entender cómo el arsénico llega al agua permite no solo prevenir su consumo, sino también tomar decisiones informadas sobre el tratamiento adecuado. Detrás de cada análisis de calidad de agua hay una historia de protección, prevención y cuidado de la salud pública.
¿Qué es el arsénico y por qué es peligroso?
El arsénico es un elemento natural del suelo y de las rocas desde siempre. Está ahí, sin hacer ruido. En pequeñas cantidades no representa un problema, pero cuando pasa al agua que usamos para beber, cocinar o producir alimentos, se convierte en un enemigo silencioso.
La exposición constante puede causar daños graves: desde lesiones en la piel hasta enfermedades crónicas o cáncer. No sucede de un día para otro, pero ocurre.
Y lo peor es que muchas veces nadie sabe que está pasando. Por eso entender cómo llega el arsénico al agua es más que una curiosidad: es una necesidad.
¿Cuándo el arsénico proviene de la propia tierra?
A veces, no hay culpa humana. El arsénico simplemente forma parte del entorno.
El agua que se filtra por el subsuelo entra en contacto con rocas que contienen minerales arsenicales. Con el paso del tiempo, estos minerales se disuelven y el arsénico termina mezclado con los acuíferos.
En México, este fenómeno es bastante común en zonas del norte y centro del país. Regiones como La Laguna, Guanajuato o Zacatecas tienen suelos volcánicos ricos en arsénico.
Ahí, el agua subterránea se contamina de forma natural, sin que haya fábricas o minas cerca.
Así que sí, parte de cómo llega el arsénico al agua es un proceso natural, pero igual de peligroso si no se trata.
¿Cuándo la actividad humana empeora el problema?
Y claro, cuando hablamos de cómo llega el arsénico al agua, lo cierto es que no todo es natural. Las actividades humanas también han contribuido mucho a que el arsénico termine en el agua.
La minería es uno de los ejemplos más claros. Cuando se extraen minerales o se funden metales, los residuos pueden contener compuestos arsenicales. Si no se manejan correctamente, la lluvia los arrastra al subsuelo y, con el tiempo, alcanzan los pozos.
También influye el uso de pesticidas antiguos (sí, esos que se usaban hace décadas y que aún quedan en los suelos agrícolas), las descargas industriales o los pozos demasiado profundos que tocan capas con altas concentraciones naturales de arsénico.
En otras palabras, cómo llega el arsénico al agua no siempre es culpa del terreno: muchas veces somos nosotros quienes alteramos el equilibrio natural.
Lo más preocupante: el arsénico no avisa
Al hablar acerca de cómo llega el arsénico al agua, es importante señalar que el arsénico no tiene olor, color ni sabor. Por eso la gente puede usar agua contaminada durante años sin saberlo.
Las consecuencias, sin embargo, llegan con el tiempo: manchas o lesiones en la piel, cansancio crónico, problemas digestivos o neurológicos. Incluso hay regiones donde los casos de arsenicosis se han vuelto comunes.
Y lo más triste es que muchas de esas comunidades no tienen acceso a análisis de agua regulares, lo que no permite entender cómo llega el arsénico al agua.
En algunos lugares de México, se sigue usando agua de pozos que superan los límites permitidos por norma, simplemente porque “se ve limpia”.
Lo que dicen las normas (y por qué importa cumplirlas)
De acuerdo con la NOM-127-SSA1-2021, el límite máximo permitido de arsénico en el agua potable en México es de 0.025 miligramos por litro.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda un valor aún más estricto: 0.010 mg/L.
Puede parecer una diferencia mínima, pero en temas de salud pública, esa diferencia es enorme.
Cumplir con estas normas no solo es un requisito técnico o legal; es una cuestión de salud y de responsabilidad. En otros países, como Estados Unidos o los miembros de la Unión Europea, se aplican los límites de la OMS desde hace años, justamente para evitar que el arsénico se acumule en el organismo.
Analizar, prevenir y actuar a tiempo
La única forma de saber si el agua está libre de arsénico es analizarla. No hay otra.
Y eso aplica tanto para municipios como para pozos particulares o plantas industriales.
En GC Tratamiento, hemos visto casos donde el agua lucía perfectamente cristalina, pero los análisis decían otra cosa.
Realizar pruebas periódicas no solo previene problemas de salud: también ayuda a evitar sanciones, pérdidas económicas o daños en la reputación de una empresa.
Y, sobre todo, da tranquilidad. Ya que no basta con saber cómo llega el arsénico al agua, es necesario entender su concentración y cómo eliminarlo.
Soluciones eficaces para un problema real
La buena noticia es que el arsénico sí se puede remover, y se facilita cuando sabemos cómo llega el arsénico al agua.
Existen tecnologías probadas —como la adsorción, el intercambio iónico o la ósmosis inversa— que eliminan el arsénico del agua hasta dejarlo dentro de los límites permitidos.
En GC Tratamiento, diseñamos sistemas personalizados según la composición del agua y las necesidades de cada cliente.
No solo instalamos equipos: también damos mantenimiento, capacitación y seguimiento, porque el control del arsénico no se resuelve con una sola intervención.
Es un trabajo continuo, y ahí es donde marcamos la diferencia.




